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jueves, 29 de agosto de 2013

Sobre el papel(fragmentos de La enfermedad de Sachs)


Colaboración de J.B.


En diez años de estudio, he aprendido a palpar, manipular, hacer incisiones, hacer puntos de sutura, vendar, extraer cuerpos extraños con una pinza, meter el dedo o deslizar tubos en todos los orificios posibles, inyectar, hacer una perfusión, percutir, sacudir, hacer un buen diagnóstico, dar órdenes a las enfermeras, redactar una observación en toda regla y hacer algunas recetas, pero en todos estos años, nunca me han enseñado a aliviar el dolor, o a evitar que aparezca. Jamás me han dicho que podía sentarme a la cabecera de un moribundo y sujetarle mano, y hablarle(...)

(...)Ser médico es predicar la mentira.
Las palabras de los médicos son palabras de muerte, promesas de sufrimiento, puertas abiertas a la tortura. Los médicos se han convertido en el clero de la única religión universal: La iglesia de la salud feliz y merecida. Se fijan los dogmas, las obligaciones, la ineludible cuota. Llegan a imponer las oraciones, los rituales bárbaros, crean entre sus fieles categorías muy distintas, en función de los favores que le son otorgados. Hay entre ellos, grandes sacerdotes, inquisidores, monaguillos y todo un gallinero de ejecutores de obras menores por quienes los fieles son fichados, examinados, medidos, pesados, fotografiados, clasificados, en función de sus características más íntimas y misteriosas. Nada se les puede escapar, desde el gen que codifica el color del pelo hasta el análisis de la menor escama de la planta del pie. El fichaje de la humanidad está en marcha, y los médicos están en primera línea. Ya no diagnostican, condenan. Ya no alivian, experimentan, ya no curan, cuentan.
Todo el mundo llora los muertos, en cambios los médicos, los recortan.
Los médicos a la vez son putas y chulos, camellos y polis. Los médicos en contra del aborto siempre han hecho abortar a sus mujeres o a sus hijas porque los juzgaban necesario. Los médicos son verdugos en unos campos a los que llaman hospitales.
Los hospitales están hechos para aparcar a esos anormales, a esas desviaciones a las que llaman enfermos, y para devolverles por el buen camino, es decir devolverles al curro. Qué importa si lloran o gritan, si no duermen o se pasan el día vomitando. Lo que cuenta no es lo que diga la gente a través de su enfermedad; lo que cuenta es lo que piensen los médicos del estado en que deben encontrarse después del tratamiento. Los médicos sangran, retuercen, recortan, violan, dan por culo, arrancan, desarticulan, esclavizan, normalizan.
¡Y TU Y YO VAMOS A FORMAR PARTE DE ESA GENTE!.


MARTIN WINCKLER.







domingo, 25 de agosto de 2013

La fama

Haber visto crecer a Buenos Aires, crecer y declinar.
Recordar el patio de tierra y la parra, el zaguán y el aljibe.
Haber heredado el inglés, haber interrogado el sajón.
Profesar el amor del alemán y la nostalgia del latín.
Haber conversado en Palermo con un viejo asesino.
Agradecer el ajedrez y el jazmín, los tigres y el hexámetro.
Leer a Macedonio Fernández con la voz que fue suya.
Conocer las ilustres incertidumbres que son la metafísica.
Haber honrado las espadas y razonablemente querer la paz.
No ser codicioso de islas.
No haber salido de mi biblioteca.
Ser Alonso Quijano y no atreverme a ser don Quijote.
Haber enseñado lo que no sé a quienes sabrán más que yo.
Agradecer los dones de la luna y de Paul Verlaine.
Haber urdido algún endecasílabo.
Haber vuelto a contar antiguas historias.
Haber ordenado en el dialecto de nuestro tiempo las cinco o seis metáforas.
Ser ciudadano de Ginebra, de Montevideo, de Austin y (como todos los hombres) de Roma.
Ser devoto de Conrad.
Ser esa cosa que nadie puede definir: argentino.
Ser ciego.
Ninguna de esas cosas es rara y su conjunto me depara una fama que no acabo de comprender.


JORGE LUIS BORGES.





sábado, 24 de agosto de 2013

Dos formas del insomnio

¿Qué es el insomnio?
La pregunta es retórica; sé demasiado bien la respuesta.
Es temer y contar en la alta noche las duras campanadas fatales, es ensayar con magia inútil una respiración regular, es la carga de un cuerpo que bruscamente cambia de lado, es apretar los párpados, es un estado parecido a la fiebre y que ciertamente no es la vigilia, es pronunciar fragmentos de párrafos leídos hace ya muchos años, es saberse culpable de velar cuando los otros duermen, es querer hundirse en el sueño y no poder hundirse en el sueño, es el horror de ser y de seguir siendo, es el alba dudosa.
¿Qué es la longevidad?
Es el horror de ser en un cuerpo humano cuyas facultades declinan, es un insomnio que se pide por décadas y no con agujas de acero, es el peso de mares y de pirámides, de antiguas bibliotecas y dinastías, de las auroras que vio Adán, es no ignorar que estoy condenado a mi carne, a mi detestada voz, a mi nombre, a una rutina de recuerdos, al castellano, que no sé manejar, a la nostalgia del latín, que no sé, a querer hundirme en la muerte y no poder hundirme en la muerte, a ser y seguir siendo.


JORGE LUIS BORGES.






sábado, 17 de agosto de 2013

El amor del soldado

En plena guerra te llevó la vida
a ser el amor del soldado.

Con tu pobre vestido de seda,
tus uñas de piedra falsa
te tocó caminar por el fuego.

Ven acá, vagabunda,
ven a beber sobre mi pecho
rojo rocío.

No querías saber dónde andabas,
eras la compañera de baile,
no tenías partido ni patria.

Y ahora a mi lado caminando
ves que conmigo va la vida
y que detrás está la muerte.

Ya no puedes volver a bailar
con tu traje de seda en la sala.

Te vas a romper los zapatos,
pero vas a crecer en la marcha.
Tienes que andar sobre las espinas
dejando gotitas de sangre.

Bésame de nuevo, querida.

Limpia ese fusil, camarada.

PABLO NERUDA.



 


viernes, 16 de agosto de 2013

Se sabe qué

El mar que salpica recuerdos
es inocente. Los infiernos
que el Dante nunca visitó
son inocentes. Los que penitencia
sufren como animales píos
son inocentes. El caballo
en la anchura que aleja
a los jardines y el toro de la hora
son inocentes. Sépalo el lugar
donde todo termina, menos
el mar, los infiernos, el caballo.
Los que nacieron después de mi muerte
saben que la pregunta de verdad
es inocente.

JUAN GELMAN.





lunes, 12 de agosto de 2013

Patrias


Quiero la casa baja;
La casa que en seguida llega al cielo,
La casa que no aguante otros alto que el aire.
Quiero la casa grande,
La orillada de un patio
Con sus leguas de cielo y jeme de pampa.
Quiero el tiempo allanado:
El tiempo con baldíos de ansiar y no hacer nada.
Quiero el tiempo hecho plaza,
No el día picaneado por los relojes yanquis
Sino el día que miden despacito los mates.
Quiero la novia clara:
Firmeza de la dicha, corazón de la gracia
Quiero su carne nueva que la sombra no apaga.
Quiero la novia que sea luego la esposa,
Que sienta que las cosas están por el amor,
No en amor en las cosas.
Quiero casi la gloria:
Quiero ver en los otros alargarse mi gesto
Como la luna sola que está en muchos espejos.
Quiero tener aljibe donde acudan los otros
Y que mi agua de cielo les alegre los cántaros
Y que alguna muchacha venga a verse en el pozo.
Quiero la calle mansa
Con las balaustraditas repartiéndose el celo
Y los buenos zaguanes rogados de esperanza.
Quiero la calle huraña
Que desgarren la puesta del sol y la salida.
Quiero esa calle Plaza que me llevó a la dicha.
(Mientras, ... sigan viviéndome
La dicha que la Quica tiene sus ojos grandes
Y la guitarra austera de Ricardo Güiraldes).



JORGE LUIS BORGES.







La realidad

La realidad es un manojo de poemas sobre los cuales nadie reclama derechos de autor. Debo de cada piedra, de cada baldosa, se esconde un poema.
Hay irreverentes, y también historiadores, que sostienen que la virginidad de María es un error de traducción. Y puede que sí. Pero ya sea en arameo, zendo, jónico, eólico o ático, haya sido virgen o mujer normalmente sexuada, María es sobre todo una imagen poética, digna de parir a esa prometedora metáfora llamada Jesús (no olvidemos que expulsó del templo a los mercaderes.
Hasta en las guerras hay poesía, pero nunca en la artillería de los vencedores sino en la última mirada de los vencidos. Hay poesía en los himnos patrios, pero no en la cursilería de sus letras sino en las voces de quienes los cantan.
Hay poesía en los cuadros de Van Gogh o de Velázquez, de Murillo o del Tiziano, de Durero o de Gainsborough, y hasta en las peligrosas arañitas que alojan su hambre en la estética de un cuadro de Picasso o de una estampa de Buda.
Cuando uno ve pasar una muchacha con su garboso contoneo y murmura que es un poema, sólo dice la verdad. Aún el dolor es poético, como bien lo documentaron Shakespeare y el Dante, y más cerquita Rulfo y Quiroga.
Lo malo de la realidad y también de la poesía es su punto final. Como éste.


MARIO BENEDETTI