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domingo, 16 de junio de 2013

Los hijos/2

A  Sofía Bordón.
A  María Belén Giardini. 


Con Verónica nos escribíamos cartas violentas.
Había silencios largos, a veces. Cada uno se quedaba esperando que el otro se bajara del caballo -y en el fondo cada uno sabía que el otro no se bajaría. Cuestión de estilo.
Verónica enciende el pucho a la Humphrey Bogart. Sostiene el fósforo mientras charla de lo que sea, como distraída, mirando para otro lado, y cuando la llama ya le está quemando las uñas la arrima, lenta, al cigarrillo. Alza una ceja, se acaricia la pera, y apaga la llamita echando una bocanada de humo por el costado de la boca.
Cuando estuvo a verme, en Buenos Aires, me dijo:
-Si vos y yo no fuéramos padre e hija, ya hace tiempo que nos habríamos separado.
Una noche se fue de farra con Marta y Eric.
Verónica llevó a su muñeca de trapo, que se llama Anónima.
Cuando se despertó, pasado el mediodía, me contó:
-Anduvimos por ahí. Nos fuimos al Barbaro y tomamos cerveza y comimos maní. Estaba linda la noche. Por suerte conseguimos la mesa de la ventana. Había buena música.
-¿Y Anónima?
-La colgamos de un gancho, en la pared, y pedimos cerveza para ella también. La cerveza le dio sueño.
-¿Se quedaron hasta muy tarde?
-Nos estuvimos queriendo -me dijo- hasta las tres de la madrugada.




EDUARDO GALEANO



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